Este fin de semana me han invitado a un bautizo civil. De hecho, soy la madrina civil del agasajado cachorro. Los bautizos civiles hasta hace unos días eran para mí grandes desconocidos, inexplorados eventos que mi mente no alcanzaba a imaginar y sin embargo, se dan, existen y hoy no sólo se materializa para mí la posibilidad de asistir a uno sino de participar de manera activa en el evento. La curiosidad me desborda.
Independientemente del sentido religioso de la cuestión, lo cierto es que la presentación en el seno familiar y el círculo de amigos de un bebé para los padres es sin duda un momento de orgullo que ¿por qué no? invita a la celebración. Recuerdo una vez en que asistí perpleja a una baby shower sin tener muy claro en lo que consistía, mucho antes de conocer sus entresijos gracias a las series de televisión y las películas americanas que tanto nos inspiran últimamente. Aquello era lo más parecido a tajarse con las amigas de la embarazada y hacerle muchos regalitos para el bebé aun no nacido, mientras ella sonreía, agradecía, desenvolvía paquetes y se ponía ciega a pasteles de colores.
En aquella ocasión también le pintamos la barriga y los surcos que rodeaban su adorable línea nigra con todo tipo de monigotes, como cuando te hacías un esguince de niña y tus colegas te firmaban en la escayola. Yo le dibujé un submarino amarillo, pero eso es otra historia que dejaré para cuando hable de mi amiga y su amor por los Beatles.
Es por esto que me fascina la tramoya, la expectación y la emoción que alimentan este tipo de actividades tan de nuestros días y tan poco de los días en que nosotras podíamos ser protagonistas del evento (dentro o fuera de la barriga de nuestras madres), porque cuando yo nací, que yo sepa, nadie vino a mi casa a comer canapés ni le habían pintado a mi madre, meses antes, un submarino amarillo alrededor del ombligo. Eso son cosas que se hacen ahora. Eso son cosas que antes no existían.
Sólo espero que cuando mi ahijado tenga uso de razón pueda revisar el archivo de fotos de este día y comprenda que su madrina, esa señora que lleva unas cuantas cervezas de más y lo alza en brazos para achucharlo con todo su amor en algunas de las imágenes, en realidad, no sabía muy bien lo que estaba haciendo porque le faltaba experiencia y porque era la primera vez que asistía a un bautizo civil como el suyo. Cuando eso suceda, quizás, estemos todos acostumbrados y hasta hartos de los bautizos civiles pero para entonces, que nos quiten lo bailado (y a mí que me escondan los pinceles).
María López Villarquide (A Coruña, 1982) es doctora en Documentación y Análisis Cinematográfico y licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Tras la publicación de su primera novela, La catedrática (Espasa, 2018 / Booket, 2019), ha participado en la documentación de la exposición Intangibles (Fundación Telefónica, 2019) y el libro del programa de RTVE Prodigios (Espasa, 2020).